Regreso a «La Casa del Columpio» (Un pequeño obsequio para mis lectores)

El día que llegué a La Guardia, después de 12 largos años de ausencia

Con ocasión del día del libro, celebrado ayer aquí en España, dejo como obsequio a mis lectores las primeras palabras de mi próxima novela.

Está construida en capítulos separados que me ha llevado ocho años terminar. Aún el comienzo no lo tenía claro, lo descubrí hace pocos días, y así os lo dejo.

Aún me faltan algunos pocos capítulos más, pero nada de importancia. Detalles que necesita el texto para tener un buen ensamblaje.

También me faltan dos de los elementos más difíciles y que siempre, siempre, siempre, dejo para último: la portada y el título.

Como título me está sonando un poco, aunque muy lejano, algo así como “Regreso a la Casa del Columpio”, “El Retorno” o algo similar. Bueno, eso ya lo pensaré después con calma.

Por ahora, y sin más preámbulos, lo prometido:

“REGRESO A LA CASA DEL COLUMPIO”

(EXTRACTO DEL CAPÍTULO PRIMERO)

Y volví. 12 años después, regresé. Pero no volví por gusto, sino obligado por la muerte de Ramón. Se lo había prometido. Me lo habría prometido a mí también. Se lo prometí a su esposa Gloria, y se lo prometí a Ramen, a Kiko y a Mayda, sus tres hijos:

“El día que traigan a Ramón a descansar a su pueblo, si es que alguna vez lo traen, yo estaré allí esperándolo para darle el último adiós”—les dije.

Y así lo hice. Pocas veces en mi vida –ninguna que yo recuerde–, había incumplido una promesa de tal envergadura. Esta no iba a ser la excepción.

El sábado por la mañana Margarita me había llamado para darme la mala noticia.

–Frank –se oyó su voz serenamente apagada al otro lado de teléfono–, es para avisarte que el tío Ramón falleció anoche.

–¿¡Qué me cuentas!? –exclamé sorprendido–, si Gloria me había dicho la semana pasada que estaba malito, pero que había mejorado, que le habían dado el alta.

Tenía los pulmones encharcados. Apenas podía respirar. Después de una semana hospitalizado, efectivamente, lo habían devuelto a casa.

–Sí, así fue –dijo Margarita con la voz dormida por el dolor del que está triste–, pero ayer empeoró de repente. Lo volvieron a ingresar y ya no se pudo hacer nada. Falleció de una complicación cardio – respiratoria. Le dio un infarto.

–¡Vaya! –dije consternado–, ¡qué pena tan grande!

Tras un breve silencio, de esos que resultan eternos, Margarita dijo:

–Bueno Frank, ya sabes que hacía mucho tiempo que estaba malito. Era un señor muy mayor. Tenía 88 años. Últimamente había pasado más tiempo en los hospitales que en casa. El Alzheimer lo tenía muy avanzado. No reconocía a nadie, ni tan siquiera a los hijos. Vivía preguntando dónde estaba, quienes eran esos que estaban con él, quién era Gloria. Ya cuando pierdes tanto la cabeza que no sabes quién es tu esposa, muy mal tienes que estar.

–¡Sí, sí, ya lo sabía! –exclamé–. Gloria me llamó un par de veces la semana antes pasada para que lo viera por video conferencia. Le hablaba, pero no me reconocía. Sin embargo, cuando le nombraba Galicia, o le decía de ir a pescar muxes y robalizas en el río Miño, se hacía una leve sonrisa en su rostro, sus ojos apagados volvían a brillar, y preguntaba:

<<¡Ah!, ¡¿pero es que usted también ha estado allá?!  ¡¿A que es bonito todo eso por allí?!>>

–Pues sí Frank, así es –dijo Margarita con voz apenas audible.

–¿Y ya sabes si lo van a enterrar en Puerto Rico o lo van a traer a España? –pregunté.

–Me parece a mí que los hijos ya tenían todo preparado. Quieren traerlo para acá. Lo que no sé es si será ahora mismo o en una o dos semanas. Ya sabes que con esto de la pandemia del Coronavirus todo está muy complicado.

–Si, si –repliqué—ya lo sé.

Luego de un breve instante de vacilación, dije:

–Bueno Margarita, te agradezco muchísimo que te hayas preocupado en llamarme para darme la noticia.

–¡De eso nada! –agregó rauda–, te había dicho que por cualquier cosa que pasara te iba a mantener informado y he cumplido.

Esboce una mueca pequeña de sonrisa con el lado derecho de la boca.

–Vale, vale –dije–. Gracias de todas maneras, amiga. Déjame ver si puedo ponerme en contacto con ellos para ver si ya saben cuándo van a traer el cuerpo.

–Muy bien –recalcó–, si yo sé algo te aviso también. Hasta luego entonces.

–Hasta luego, amiga –dije, y colgué.

Inmediatamente llamé a Gloria. Eran las 12:00 del medio día. En Puerto Rico tendrían que ser las 08 de la mañana. No me preocupó la hora. Gloria era de esas personas que ya desde las cinco de la mañana están peleando con las sábanas para que la suelten.

–¡Hellow! –dijo Gloria al otro lado de la línea.

–¡Hellow Gloria! Soy Franklin.

–¡Franklin! –dijo en tono exaltado–, ya te iba a llamar.

–Me enteré de lo de Ramón, Gloria. Llamaba para darte el pésame.

–¡Ah! ¿ya te enteraste?

–Sí – le dije.

–¿Quién te lo contó?

–Margarita. Ya sabes que estoy en contacto con ella.

–Ah bueno, sí Franklin, era eso. Ramón se murió anoche de un infarto. Ese pobre hombre ya estaba que no aguantaba más con su vida.

Y diciendo esto último, comenzó a llorar.

–Ya lo sé, Gloria –dije intentando consolarla—ahora tienes que tratar de estar tranquila. No quiero que estés sola ¿Quién te está acompañando ahora?

–No –dijo entre lágrimas–, yo sola no estoy. Aquí está la mujer que tenemos contratada para que me haga la comida y la limpieza.

Sentí pena, dolor y tristeza. Con una familia tan grande esparcida por todo Puerto Rico, Nueva York, Miami y la República Dominicana, cómo era posible que por única compañía ahora tuviese solo a la empleada de los oficios del hogar.

–¿Sabes si lo van a traer a España? –pregunté.

–¡Sí, Franklin! –dijo con voz de pito muy fino, entre sollozos espaciados–, esta semana se lo llevan. Esa fue su última voluntad, y sus hijos quieren cumplirla inmediatamente. Ya tienen todo eso hablado con la funeraria.

–¡Ah ok! –dije–. Pues en cuanto llegué, estaré yo allí; esperándolo para acompañarlo hasta la sepultura.

La tía Gloria se apresuró a comentar:

–No es necesario que hagas ese sacrificio, Franklin –dijo–. Ese es un viaje muy largo para ti. Ahora mismo hay restricciones de todo tipo con eso del Coronavirus. No dejes sola a tu hija.

–No te preocupes por nada Gloria –dije en tono firme–. Eso no supone ningún sacrificio para mí, sino una obligación ineludible para con Ramón y conmigo mismo. Lo único que necesito es que me digan las fechas en las que piensen llegar a Galicia, para yo organizar mi propio viaje.

A aquellas alturas, yo sabía muy bien que más que la preocupación por lo largo y costoso del viaje desde Tenerife al pueblo gallego de La Guardia, lo que a Gloria en verdad le preocupaba era el posible encuentro con la familia de Ramón, y muy especialmente con las tías Julia y Maricarmen; Suso, el marido de Julia; y los hijos e hijas de ambas; cinco en total.

Demasiados años añejando rencores y odios irracionales ahora podrían destapar consecuencias impredecibles, agresivas, e incluso trágicas. Sobre todo para mí, que me tendría que enfrentar contra todo aquello sin la protección de nadie; completamente solo.

(…)

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