El Negocio de la Felicidad

El negocio de la venta de mercancías emocionales destinadas a alcanzar la felicidad, es un ejemplo más de lo enfermo que está nuestro mundo actual.

¿Enfermo de qué?

Enfermo de soledad, de ausencia de valores, de vacío existencial, de carencia de afecto, de irracionalidad.

La prueba de ello es el gran éxito que ha tenido la venta de libros, videos motivacionales, aplicaciones de autoayuda, etc., dirigidas a alcanzar el bienestar emocional. Si la gente no estuviese tan necesitada de ellos, hace mucho que habrían fracasado.

El planteamiento fundamental de estas corrientes de pensamiento es el de que todo individuo está OBLIGADO A SER FELIZ. No importa si ya lo es, de alguna particular manera, o si es un desgraciado. Siempre estará obligado a ser más y más feliz. Es una búsqueda de nunca acabar, porque ocurre que los estados de felicidad alcanzados nunca son duraderos, sino pasajeros. Y como siempre el individuo va a estar buscando la manera de ser feliz, allí estarán los vendedores de felicidad esperando por él para darle sus nuevas recetas, lo mismo que el vendedor de alimentos en un supermercado, o el de Fentanilo en las calles de Kensington, el barrio zombi de Filadelfia.

¿Cómo definen la felicidad los vendedores de ella?

En el Capítulo 4 del libro “HAPPYCRACIA – Cómo la ciencia y la industria de la felicidad controlan nuestras vidas” de Edgar Cabanas y Eva Illouz , podemos encontrar una aproximación:

“La felicidad, se dice, no es la ausencia de malestar, sino la continua presencia de bienestar. La felicidad es un continuo, esto es, no un estado especial y final al que se llegue de una vez por todas, sino un proceso sin fin de mejora personal en el que los individuos siempre deben aspirar a ser más felices de lo que son.”

A diferencia de ellos, Aristóteles no definía con exactitud lo que debía considerarse por felicidad. Así, en el nº IV del Libro Primero, 1095B de la Ética a Nicómaco, se puede leer:

(…) puesto que todo conocimiento y toda elección tienden a algún bien, digamos cuál es aquel a que la política aspira y cuál es el supremo entre todos los bienes que pueden realizar. Casi todo el mundo está de acuerdo en cuanto a su nombre, pues tanto la multitud como los refinados dicen qué es la felicidad, y admiten que vivir bien y obrar bien es lo mismo que ser feliz. Pero acerca de qué es la felicidad, dudan y no lo explican del mismo modo el vulgo y los sabios. (…)

No hay, para Aristóteles, una idea única de Felicidad. Antes bien, se deja a criterio del vulgo o de los sabios que manejen sus propios conceptos. Más adelante, en el mismo libro, dice que hay actividades que son deseables por causa de otras, y otras por sí mismas. Es en estas últimas donde encaja la felicidad; una actividad que no es carente de nada, sino autosuficiente.

La felicidad no es un estado, dice Aristóteles puesto que en ese caso lo tendría el que duerme toda la vida, viviendo la vida de un vegetal, e incluso el que experimenta los mayores infortunios.

Quizás el aspecto en el que reside la mayor diferencia entre Aristóteles y el negocio actual de la felicidad está en que aúna obrar bien con felicidad, mientras que estos la consideran como una simple elección personal del sujeto que nada tiene que ver con su comportamiento hacia otra u otras personas. No se relaciona felicidad con acción, sino con pensamiento.

Si hay un aspecto que llama poderosamente la atención en la lectura del precitado capítulo IV del libro “HAPPYCRACIA – Cómo la ciencia y la industria de la felicidad controlan nuestras vidas” es el que se refiere al sentido de la vida. A saber:

La narrativa de la felicidad asume que encontrarle un sentido a la vida es esencial para ser felices, pero ¿cuál es ese sentido? Lo cierto es que nunca se dice: es también el propio individuo quien debe responder a esta cuestión.

Lo que también parece claro es que los individuos no vivimos por vivir, alguna razón tiene que haber. Otra cosa es la forma de vivir ¿Cómo vivir?

Dice Enrique Bonete Perales en su libro “Tras la Felicidad Moral” que:

El individuo que obra sin el hábito de la virtud, será arrastrado por pasiones y fuerzas irracionales que impulsarán ciegamente su obrar hacia vicios y errores de compleja superación, que harán de él un hombre disoluto, una especie de preso sometido a las cadenas de los placeres, cercano a la animalidad y en contradicción con lo más específico del ser humano: la racionalidad.

Que la vida no tiene sentido podría ser la gran conclusión a la que llegue cualquier buscador de la felicidad, y, en consecuencia, que la felicidad no existe sino como momentos ciertos y determinados. Hechos aislados que has vivido, la mayoría de ellos por azar. No hay felicidad como un fin que se pueda pretender buscar y encontrar algún día ejercitando activamente las fuerzas del intelecto y la razón, sino como unos momentos pasajeros que vives y ves pasar por delante de tus días y que no volverán jamás.

Franklin Díaz

@Copyright: Franklin Díaz 15 de octubre de 2023

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