El día que me fui al Monasterio

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Algún día tendré que escribir mis experiencias como aspirante a monje de clausura; las razones que me llevaron a tomar tal decisión; las horas de brutal encuentro con los silencios más espantosos; los lugares donde ocurrió todo aquello; y todas esas cosas.

Por lo pronto, en mis meditaciones con el silencio, me ha surgido la idea de narrar la experiencia de un hecho curioso que tuvo que ver con aquella decisión.

Antes de marcharme, contacté con mis familiares y amigos más cercanos para darles la noticia. Fue una especie de despedida. No eran muchos tampoco; tal vez unas quince o veinte personas, a lo sumo. No tenía intenciones de regresar, de verdad lo digo.

De entre los que consideraba aún mis amigos, ocurrió lo más espantoso que nunca hubiese podido imaginar. Algunos me dijeron que ya que me marchaba sin intenciones de retornar, y que quizás haría votos de silencio y de pobreza, les dejara mis bienes materiales. Me pidieron teléfonos, cámaras, ordenadores, joyas, dinero en cuentas bancarias, etc. Cualquier cosa que tuviera valor. Hubo una que fue mucho más lejos; me pidió que le transfiriera, por escrito, los derechos sobre todos mis libros para cobrar las ganancias por las ventas.

Creo que al recibir la noticia supusieron que iban a asistir a una fiesta de esas en las que había piñata incluida; yo era la piñata y ellos quienes me iban a golpear con un palo. Y fue exactamente así como me sentí; como si fuese yo una piñata. Tengo que confesarlo. Cada una de aquellas peticiones fue un golpe brutal a mis entrañas. Un «batazo de los buenos”, como se suele decir en el argot del mundo del beisbol.

A mi edad había visto tantas y tantas veces lo ruin y miserable que podemos llegar a ser los de la humana especie, que pensé que a esas alturas de mi vida ya nada me sorprendería. Estaba equivocado. ¡Muy equivocado!

Solo quienes sentían afecto sincero por mí se preocuparon por saber qué iba a ser de lo poco que quedaba de mí; si iba a estar bien en mi nuevo destino; si aquel paso había sido debidamente meditado; si no me estaba equivocando lanzándome por un precipicio del que saldría peor; etc. Hubo algunos que, incluso, hicieron grandes esfuerzos para detenerme, para que cambiara de opinión. Pero mis cartas ya estaban echadas.

Dos grandes conclusiones extraje de aquella experiencia:

1) Me sirvió para barrer de mi vida una gran cantidad de mierda que la rodeaba, y de la que hasta entonces no había sido consciente que estuviese allí. Muchos se preguntaron luego porqué los bloqueé en todas mis redes sociales, jamás volví a atender sus llamadas ni quise saber nunca más de ellos. Aquí está la explicación.

2) Y la segunda, y creo que más importante, fue que me demostró que aún quedaba gente buena cerca de mí. No estaba tan solo en el mundo como creía. Ello me reconfortó enormemente, y me ayudó a hacer las paces nuevamente con la humanidad, por una parte, y conmigo mismo, por la otra. Me recordó un cuento bíblico en el que Dios le decía a uno que si encontraba a una sola persona buena en el mundo no lo destruiría.

Aún queda gente buena en el planeta. Siempre es bueno comprobarlo.

Franklin Díaz

@Copyright: Franklin Díaz 03 de marzo de 2024

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